Nada más empezar a amanecer, Nancy fue despertada con una sensación de placer entre sus piernas, sentía la lengua cálida de Martín dando vueltas y haciendo movimientos verticales a mucha prisa, arrancando los motores para las preliminares. Nancy lo amaba tanto que todos los problemas, indirectas y mal humor de los demás de Martín y su familia se quedó en el pasado. No quería pensar en nada, sino en amarlo en aquel momento, abrazarlo y disfrutar de los días que vendrían. Después de hacer el amor salvaje una y otra vez, decidieron ir a tomar café en un bar cercano, en la misma calle y acera.
Muchas personas se quedaron sorpresas al ver a Martín acompañado de una rubia, que se notaba que era extranjera, pensando que era rusa o ucraniana, hasta que Martín presentó a Nancy como brasileña, pero tampoco dio más explicaciones que era su novia. Principalmente las camareras le tenían los ojos encima y también con la misma mirada de sorpresa hacía ellos y se miraban desconfiadas entre ellas, ni siquiera le dieron buenos días, ni nada, apenas les sirvieron los desayunos. Nancy percibió algo raro en el aire, una vez más, pero lo dejó pasar.
En seguida de terminar el desayuno, caminaron unas cinco manzanas. Nancy no sabía adonde iban, pero Martín con su silencio de costumbre, siquiera la agarró de las manos, seguía a pasos largos. Nancy intentó darle las manos para seguir juntos como una pareja romántica y que se querían, pero Martín ponía las manos en el bolsillo, siempre con alguna excusa de saludar a la gente o de tocar en su teléfono, hasta que Nancy se olvidó de volver a darle las manos y prosiguió a su lado sin decir nada más, ni una sola palabra, apenas le seguía la corriente. Ella esperaba más de su amor, pero entendía que eran de países distintos y por supuesto de culturas diferentes, que no eran tan cálidos como los brasileños, a punto de demonstrar afecto, menos aún en la calle y delante de los demás.
Caminaron haciendo algunas paradas, hablando con la gente, pero en ningún momento él la presentaba a ella, así que seguía callada y saludaba a la gente con una sonrisa y un movimiento de cabeza en señal positiva, a pocos pasos de la última parada llegaron a una casa muy antigua. Martín abrió el portón al que saltó un perro callejero de color caramelo encima de Nancy, era hembra, y la lamía como si conociera a Nancy, al que le llenó el corazón de alegría aquel pobre animalito.
Finalmente, Martín entró en casa y presentó a Nancy a una señora que se veía muy mayor, con sus ochenta y seis años aproximadamente, de pelo rubio y simpatía un poco dudosa para su edad. Nancy se acercó y le dio dos besos. La reacción no fue de las mejores. Y enseguida, había un señor muy mayor sentado en un sillón viendo la tele, y él pasaba olímpicamente de Martín y de Nancy, al que la señora le dijo:
- ¡Ese es mi marido, padre de Martín!
Así que Nancy percibió que estaba en la casa de sus futuros suegros. Había traído regalos para ellos también, pero quedó con la deuda de volver a su casa y traerles los regalos.
- ¿Amor, por que no me dijiste que veníamos a la casa de tus padres? ¡Sabías tu que yo había traído detalles desde Brasil a toda tu familia! Pero no pasa nada, suegra, te invito a tomar un café en el bar si quieres!
La mujer aceptó la invitación y fueron en dirección al bar, pues según ella, tenía cosas que hablar de mujer a mujer con Nancy.
Llegaron al bar y Nancy pidió dos cafés, y preguntó a la suegra como le gustaría que fuera el suyo, al que contestó bordemente:
- ¡No tomo café, señorita! ¡Prefiero un granizado de limón!
- ¡Ah! Oww, lo siento muchísimo, pero entonces un granizado de limón, ¡por favor!, dijo Nancy al camarero, al que le asintió con la cabeza.
- Mira, voy directamente al grano, Martín es mi hijo pequeño, ya ha sufrido mucho en la vida por varias circunstancias y solo quiero que mi hijo sea feliz. No sé como os habéis conocido, pero... al decir eso, dio la vuelta en los ojos, enseñando que no estaba satisfecha con su relación con una extranjera. Martín era quien le hacía todos los mandados, era su mano derecha para absolutamente todo. Tenía su marido, pero era igual de mayor, y estaba siendo atendido en la casa verde para ancianos. Si se fuera a vivir en Brasil, ¿Quién la ayudaría con las compras en los supermercados? ¿Quién la llevaría al médico? ¿A quién llamaría en una necesidad?
- Sé que estás preocupada, tal vez porque soy extranjera, pero amo a tu hijo, lo amo con locura. Quiero cuidarlo, ser la persona con quién él pueda contar en los momentos malos y en los buenos. Soy católica, aunque yo no sepa si tenéis religión, pero quiero sumar en vuestras vidas. Quiero ser tu nuera, como si fuera tu hija. Me gustaría que me diera una oportunidad. ¡Y si eso no funciona, me iré! Te hago esa promesa, te doy mi palabra y la voy a cumplir.
La madre de Martín no tenía buena cara, transmitía una mala sensación a Nancy, como si no la hubiera creído una sola palabra. Así que Nancy pensó en dar tiempo al tiempo, al final, había recién llegado de Brasil, y no quería estropear el viaje, aunque tuviera muchísimas ganas de llorar. Nancy se levantó para pagar la cuenta, al que recordó que no trajo el bolso de casa, pies Martín dijo que no se preocupara, que iban a desayunar cerquita de casa y lo pagaría él. Tampoco sabía que iba a visitar a sus suegros y ,para finalizar, no se había percatado que estaba sin el bolso cuando invitó a su suegra a ir al bar.
Volvió a sentarse en la mesa y dijo a su suegra que se había olvidado su bolso. La mujer siquiera la miró en sus ojos, sacó el monero y le dijo:
- ¡Aquí en España, cuando uno invita, paga! Nancy Se quedó muy avergonzada, no se acordaba cuando había sentido tamaña vergüenza o rechazo. Le entró un nudo en la garganta, unas ganas tremendas de llorar, pero respiró discretamente a lo mas profundo que podía, se quedó callada y no volvió a mirarle en los ojos. Ya no sabía que hacer, hubo una mezcla de sentimientos, quería salir corriendo, con unas ganas enormes de volver a Brasil y olvidarse de esa pesadilla. Jamás se imaginó que una suegra le trataría así, tan mal.
Nancy se acordó de la carta que había recibido de su cuñada que decía que "esa no era la mejor familia del mundo", pero que ella !tendría el apoyo en caso que hiciera a Martín feliz". Así que Nancy tomó eso como una misión, ser la mejor amiga, novia, prometida y esposa de Martín, la mejor que él pudiera tener.
Volvieron del bar caminando despacio, ya que la señora sufría de dolor en los huesos y necesitaba tomar su tiempo. Martín las esperaba en la casa de su madre. Y su padre seguía allí callado, sin mirar a nadie. Nancy se acercó y empezó a hablarle. El hombre simplemente le dijo:
-Mi otro hijo, el bombero, también se enamoró de una brasileña, se casaron, pero duró poco. Yo la amaba como a una hija y él me la quitó! La traicionó con otras mujeres y ella se fue. Y yo me quedé aquí solo, ¡y no voy a apegarme a nadie más! Nancy se quedó en choque, pues eran muchas informaciones en un único día. Él rechazo de sus suegros era algo inminente. Su suegra la miró y le dijo:
-Él tiene mucho dinero, trátalo bien, a ver si te deja algo de herencia! En ese momento, Nancy ya no podía lidiar con tanto. Miró hacía Martín y le dijo que necesitaba volver a su piso, pidió perdón a su suegra por lo ocurrido en el bar y salió caminando hacia el portón. Quería llorar, necesitaba sentirse arropada y eso no estaba pasando desde el día que llegó, para estar así debería haber quedado en Brasil. Martín la agarró por el brazo y dijo, finalmente:
- ¿Qué estás haciendo? ¿He sacado una semana libre de mi trabajo para que conozcas a mi familia y ya te quieres ir? ¿Adonde? Nos vamos a quedar aquí mismo en la casa de mi madre a comer. Nancy no tuvo otra opción, sino tragar el lloro, retroceder las lagrimas que querían caer, y respirar profundamente para desaparecer la sensación de tener un nudo en la garganta.
A la hora de servir la comida, Nancy preguntó si podía ayudarla, fuera arreglando la mesa, poniendo los platos o organizando algo para facilitar la vida de la señora, y la mujer le dijo:
- ¡No necesito ayuda de nadie, me las apañaré sola, como siempre lo hice y lo hago! En ese momento, Nancy decidió que ya no lloraría, simplemente preguntó donde estaban las cosas y ella la ayudaría, aceptando la señora o no. Y así lo hizo.
La señora le sirvió un cocido de pelotas, una comida típica de la huerta española hecha con garbanzos, trozos de pollo, carne, chorizo, bacon, patata, zanahoria, sal a gusto, apio y azafrán. Nancy no la conocía, pero le gustó muchísimo y desde ese día resolvió decir que esa era la mejor comida del mundo y también su preferida. No podía creer que por unas tonterías entre ellos, Nancy por un pelo no probó de esa maravilla de la culinaria de España.
Nancy ayudó a recoger la mesa y barrió el suelo. Se portó como una hija de verdad, en agradecimiento por la comida maravillosa, ofrecida por su llegada. Aunque tuvieran sus diferencias, Nancy sintió que la cosa podía cambiar, bastaba algo de tiempo. Al terminar de recoger todo y dejar todo limpio y organizado, Martín y Nancy volvieron a casa, al que Martín no la dejó descansar y la tiró en el sofá haciéndola de postre. Ella sabía que no era un robot o una muñeca hinchable, pero tenía la seguridad de hacerlo feliz a todo coste, y como lo quería muchísimo, se entregaba de cuerpo y alma a cada vez que él la tocaba y la penetraba.
Era feliz, se sentía una mujer casi completa. Faltaba algo.
Nenhum comentário:
Postar um comentário